Hace unos cinco años cuando comenzamos visitar la colonia Linda Vista, a las afueras de Tegucigalpa. Una colonia, como casi todas, de invasión. Llega mucha gente y se instala, después se van ocupando todos los sitios que quedan libres. Así, poco a poco, se van llenando todos los solares y queda todo “cheque”.
Como está situada entre las otras dos escuelas, Sta. Clara y Sta. Teresa, pensamos que sería buena para descongestionarlas construir allí otro centro educativo, se llamaría Virgen de Suyapa, en honor a la Patrona de Honduras.
El solar está junto a una ladera muy pendiente, era imposible de poder vivir allí, así que el patronato nos dejó todo para que hiciéramos el centro educativo y cuidáramos la tierra. Nos apasionó el reto.
Nos encontramos con una situación un poco triste. Por ser clima tropical, cuando llueve, llueve. Cuando hace sol, hace sol y bastante. Crece mucho toda la hierba y después se seca. Todo árbol que nacía en la zona no llegaba a cumplir el año. Cada mes de marzo o abril, el tiempo del verano fuerte, viene cualquier fuego, surgido de no sabemos qué lugar y lo deja todo destruido. Ceniza.
Empezamos a construir las aulas y a cuidar y cultivar la ladera. Sacamos dos colmenas que, debajo de unas piedras habían construido su casa. Toda la noche en la tarea. Eran un peligro para los alumnos pues en cada recreo se animaban unos a otros a competir atacándolas: tirarles piedras, meterle palos, saltar por encima…
Los fines de semana venían los padres a limpiar y a plantar. Los hijos, en las horas de la clase de agropecuaria hacían su parte: Sembraban frijoles, yuca, papayas, mangos, nances, café,… es la mejor de todas las asignaturas. Los maestros y otros jóvenes colaboradores de la parroquia han ido completando la tarea en horas libres.
Unos y otros, casi sin darse cuenta, han hecho aparecer la creación perdida. En estos cinco años de cuidar y cultivar ha cambiado el paisaje. Han aparecido los pájaros y el frescor del bosque llega ya hasta las aulas de la escuela. En el tiempo del recreo, puedes darte una vuelta por el tupido bosque y compartir con tus amigos a la sombra de alguno de los numerosos árboles. Si te descuidas, no te acuerdas de la hora de volver a clase.
Los vecinos de la ladera de enfrente, desde sus humildes casas, se paran admirados para escuchar el ruido de las hojas del bosque que se va formando.
Alegra ver como la escuela, los niños, sus padres y el bosque van creciendo juntos, se ayudan y se quieren.
Es hermoso saber que “Dios puso el hombre en el jardín de Edén para que lo cultivara y lo cuidara” (Gn. 2,15) y funciona.